martes, 13 de septiembre de 2011

Revista Iberoamericana de Psicomotricidad y Técnicas Corporales

El Prof. Lic. Juan Mila Demarchi nos avisa de que ya es posible consultar libre y gratuitamente todas los números de la Revista Iberoamericana de Psicomotricidad y Técnicas Corporales.

Para acceder a las revistas tan sólo hay que ir a las siguientes direcciones Web y registrarse:

www.iberopsicomotricidadum.com

www.psicomotricidadum.com 



Nota: la Revista está abierta a opiniones, sugerencias y aportes. Si alguien está interesado en publicar algún artículo encontrará las instrucciones en el apartado de la revista: "Normas de publicación".

martes, 31 de mayo de 2011

S.O.S. LÓCZY. Ayuda para que no cierren el Instituto Lóczy

Tras la II Guerra Mundial, en 1946, la pediatra Emmi Pikler crea el Instituto Lóczy en Budapest, Hungría. A partir de su experiencia de trabajo con familias, desarrolla un abordaje educativo innovador con bebés y niños pequeños, víctimas de la violencia y de la separación, bien temporal, bien definitiva de sus familias. Al invitarles a desarrollar sus propias competencias a través de una relación llena de atención, de empatía, y de confianza, Emmi Pikler apuesta por cada niño, para que le sea posible construirse sintiéndose respetado en su persona y en su identidad, y poder abrirse interesado y activo, hacia los demás, el mundo y su propia vida.


La experiencia de Lóczy se basa en la práctica cotidiana de un “hogar para crecer”. Se trata de una práctica que sistemáticamente reflexiona hasta en su más pequeño y último detalle y eminentemente respetuosa con la dignidad, con el presente y con el futuro de los niños de 0-3 años de los que se ocupa en su integridad. Es por ello que constituye una fuente de reflexión inagotable para todos los profesionales de la primera infancia y una imprescindible referencia en la formación; un espacio de investigación sobre el niño y sobre las relaciones humanas. El Instituto Pikler_Lóczy es uno de esos extraordinarios lugares donde se respira y se aprende humanidad.

El 30 de abril de este año el Gobierno Húngaro ha cerrado la casa cuna para siempre pero el Instituto creía poder continuar con la guardería y mediante ella con su labor de investigación y formación. Según se ha sabido estos últimos días, la intención del Gobierno húngaro es otra, va a incorporar la guardería a una red privada y hacer desaparecer el grupo de trabajo. Por ello te pedimos mandar este mensaje:

Al Presidente, Viktor Orban: orbanviktor@orbanviktor.hu
Al Ministro de Administración Pública, Andras Levente: lakossag@kim.gov.hu

Dear President/Minister,

For the global importance of Lóczy Institute in education for children 0-3 years, please do not close it, and do what is in your hand to keep it as the only research and training center on early childhood raised without violence.

Thank you very much for your attention,


viernes, 6 de mayo de 2011

Educadores no reflexivos que sólo quieren educar


"Oír es precioso para el que escucha". Proverbio egipcio

La escuela quiere educar y se pregunta el qué y el cómo, pero nos falta investigar más el quién educa. El capital humano es el más importante y saber relacionarse escuchando la relación emergente entre dos personas o una clase entera debería ser lo más importante. ¿Para qué queremos saber tantas cosas si luego nos tratamos fatal?

La iatrogenia trata de los efectos positivos o negativos del actuar de los médicos y aquí, en este blog,  la utilizo como el daño ocasionado por el educador debido a la ignorancia, la impericia o la negligencia de sus actuaciones. Hablar de Educación es hablar de las relaciones entre el educador y los niños.  Por eso postulo que en la resistencia a la relación que necesita el niño, por parte del adulto, y que no olvidemos que surge del intento libre y natural del niño de aprendizaje autónomo, surge la iatrogenia negativa  educativa. Es el miedo a la libertad expresada del niño lo que intimida a muchos adultos que para no sentirse “desbordados” o “incómodos” ejercen el poder autoritario disfrazado de obediencia.

Ya sabemos que la labor de un educador es realmente difícil e importante. La mayoría de las veces son profesionales por vocación.  Pero hoy vamos a detenernos en esta cuestión que les cuento porque es muy importante. Hemos de tener claro que no todo está justificado por ser vocacional. Uno no es mejor profesional porque lo sienta así sino que ese sentimiento debe estar confrontado con unos resultados palpables  y un análisis concienzudo de por qué hemos elegido la profesión y cuáles son las motivaciones reales que apoyan nuestro trabajo. Además de unas cualidades psicológicas óptimas.

Hay infinitas razones para elegir las profesiones socio-educativas y socio-sanitarias pero también, a veces, detrás de estas decisiones se esconden necesidades afectivas no satisfechas,  idealizaciones e identificaciones curiosas,…

Con todo ese equipaje afectivo y emotivo, apropiado o no, que acompaña a todo el mundo, (no se preocupen en exceso, sólo lo necesario, ya que si fuesen perfectos no serían humanos. Lo importante está en saber reparar nuestros errores, si somos capaces de percibirlos). Después de esta digresión entremos ahora en un centro con sus muchos educadores, maestros, directores,… y las relaciones que se forman entre unos y otros dentro del clima organizativo. ¡Qué  difícil es convivir!  ¡Y cuántas limitaciones personales se esconden detrás de determinadas formas de actuar!

Muchas veces por no entrar en confrontamiento con los compañeros  pueden surgir amoldamientos a formas de hacer que no son adecuadas para el desempeño de nuestra profesión pero que se  aceptan  por múltiples motivos. Son los típicos: "Aquí funcionamos así", "Llevamos muchos años", "No dejes que los niños te tomen la mano y el brazo, con mano dura funcionan mejor",...

Ok, todas estas justificaciones están muy bien pero ahondemos en lo que pasa lejos de la enorme diversidad de concebir la educación y las formas de hacer. Si nos miramos, siempre hay algo más profundo que incide en nuestra forma de trabajar y que no se puede soslayar. A veces no basta con mirarnos y alguien tiene que mirarnos desde fuera, porque lo terrible es cuando los educadores fallan en la comprensión global de las situaciones que tienen delante en el ejercicio de su profesión.

 Aquí otra vez tengo que decir que somos humanos y nadie acierta al 100% pero hay que hacer una precisión: lo mismo que hay daltónicos, con su imposibilidad de distinguir algunos colores, y que todavía no saben que lo son;  también hay  personas que no son capaces de dotar del valor necesario a lo afectivo viendo tan solo el componente conductual de una manera aislada y al tratarse como objetivo principal y único el cambio de la conducta con respecto a sus metas deseadas, producen un destrozo de la relación.

En la labor de enseñar, la buena relación con el niño es siempre necesaria para conseguir los cambios actitudinales de una manera no desafiante o pasiva o traumática con ellos. Podríamos decir, como decía al principio del post, que existe una iatrogenia educativa inherente en toda relación humana. Ya que el aprendizaje, a mi entender, va envuelto en una relación especialmente privilegiada; porque para enseñar y para aprender uno tiene que cautivar la atención plena del otro. Debe de haber una relación de admiración recíproca entre maestro y alumno.

Y en este marco, lo bueno y lo malo de uno mismo viaja también hacia el otro. No se pueden dejar de aprender cosas buenas y cosas malas, ya que todo va en el mismo  paquete y el cómo somos  proyecta en el otro un como debería ser. Por eso lo importante es descubrir que va oculto en nuestras formas de relación.

He visto educadores apelando al principio de igualdad para sus actuaciones cuando la realidad es que nadie somos iguales. Todos somos únicos, con historias únicas y con formas únicas de afrontar el conocimiento, las relaciones, el estrés, la ansiedad, los premios, los castigos, la obediencia, la amistad,… la vida. Cuando antes comprendan esto antes dejaran de enarbolarse en justicieros de la igualdad comportamental.

He visto muchas veces que cuando la emoción no adecuada se adelanta a la relación se pierde la relación en favor de la emoción y en este punto, la emoción por lograr nuestros deseos, puede precipitar en la imposición junto a una emoción expresada y transmitida que puede ser difícil de controlar en sus efectos.

Después de todo lo explicado, lo que se ve es que el caballo de batalla es trabajar con estos educadores la mente empática  y la percepción de la situación corporal-emocional, aunque sabiendo de los límites de este aprendizaje, ya que no todas las personas llegaran a tener un desarrollo suficiente de la mente capaz de la participación afectiva en la realidad que afecta a los otros.

Si nos movemos en el ámbito de la educación infantil, la educación emocional sólo puede venir de personas altamente dotadas en experimentar las sensaciones y las emociones de los niños, siendo además capaces de devolverles una emoción adecuada,   a sus necesidades de establecer confianza en el otro que le cuida y forma  y que  les resulta  vital para su crecimiento.


sábado, 18 de diciembre de 2010

El miedo es necesario en educación

“Así es -Dijo Sancho- pero tiene el miedo muchos ojos, y ve las cosas debajo de tierra, cuanto más encima en el cielo”. Miguel De Cervantes Saavedra

Sé que he puesto un título provocativo  y que choca con la idea edulcorada de la psicomotricidad relacional, aun así voy a explicarlo.

El miedo conmueve con facilidad nuestro cuerpo y forma parte indispensable de la vida puesto que Vivir lleva ineludiblemente el temor a ser dañado o a perder la propia vida y esto suele suceder a no ser que se tenga dañada una parte del cerebro llamada amígdala y que parece especializada en procesar la emoción del miedo.

Desde que nace todo sistema vivo está expuesto a las contrariedades de la vida: desde infecciones o accidentes hasta ser depredados por los depredadores. Y cuando creamos un mundo de color de rosa para los niños y luego este no coincide con la realidad les dejamos desarmados e indefensos ante lo que más tarde o temprano se tendrán que enfrentar. Miedo y superación se conjugan para formar al ser humano.

Así que Educar no tiene que ver con crear una envoltura aislante que aísle de todos los peligros a nuestros hijos pues esto es imposible y una irresponsabilidad. Educar tiene más que ver con manejar el miedo. El sentir miedo no ha de entenderse como algo negativo pues sentir miedo significa que somos capaces de valorar el grado de peligrosidad de una acción. Y por lo tanto no hay que confundir la valentía con la temeridad. 

En una sala de psicomotridad, por ejemplo, podemos ver a niños que suben por las espalderas hasta lo más alto y otros que aterrados no son capaces de subir un peldaño: A veces por sus dificultades psicomotrices y otras por los miedos inducidos por los padres o maestros. Es importante que nuestros miedos como adultos no limiten el desarrollo bio-psico-social del niño. Lo nuestro es nuestro y lo del niño del niño.

En esta gran disparidad de conductas  con respecto al miedo vemos que todas las personas han de pasar por un aprendizaje y es que han de ajustar sus capacidades con el nivel de riesgo asumible para sus organismos.

Desde el nacimiento cada individuo tiene una resistencia al estrés y una respuesta distinta de alarma que altera a todo su organismo provocando unas consecuencias claras en su salud. Se sabe que el 15% de los niños es más miedoso que la media y son más reactivos a los estímulos por lo que tienen un umbral más bajo de activación del sistema de reacción al estrés.

Aquellos que gracias a la educación del miedo recibida pueden modificar en cierta manera esta predisposición biológica y no quedan ni en el exceso ni en el defecto de miedo o temor pueden tener una vida más plena y saludable ya que al relacionarse con su entorno y vivirlo en el ajuste puede limitar los riesgos que le rodean.

Digamos que aunque hay miedos innatos otros hay que aprenderlos y son propios de cada sociedad y cultura: no se pueden meter los dedos en el enchufe, no se puede cruzar la calle con el semáforo en rojo, no hay que irse con los extraños, hay que respetar a los mayores, etc.

Aquí, en lo social, es donde se ejerce el control de la educación. Cuando un niño pequeño cruza por primera vez una calle sin mirar sufre, dependiendo del padre, desde una regañina hasta un par de azotes.

Lo que se está haciendo en ese momento es inocular al niño con miedo. Es como vacunar para no sufrir una enfermedad, en este caso ser atropellado, pues en relación con el “castigo” la consecuencia del atropello puede ser trágica. Se opta entonces por inducir un miedo atenuado y asumible a la edad y características personales del niño (si es un padre o madre sensata y se ajusta sin hacer daño física o psicológicamente al niño), desde la reprimenda o el azote hasta la fórmula establecida para tal fin que es regular la conducta para conseguir beneficios en el futuro.

Es obvio que hablo de niños pequeños en los que pararse a hablarles desde el lado racional como si fueran adultos no tiene sentido pues lo que ellos captan sobre todo es nuestro lenguaje no verbal que apoya a nuestro discurso. Nosotros, en esas situaciones que nos han asustado, solemos dirigirnos con el discurso explicativo a los niños, sobre todo, para calmarnos a nosotros mismos. Pero recalco que ha de ser nuestro lenguaje no verbal el que transmita de forma clara y firme, y que no admita la discusión. Sí no hay cierta intensidad no sirve.

En estas edades la educación se gesta entre los no y los sí. Puesto que lo más importante no son las palabras sino lo que transmiten las miradas, la voz, la postura corporal: prohibición, aceptación, miedo, seguridad, calma, serenidad, autoridad, distancia, cercanía, acogimiento, afectividad, acompañamiento,…

Si somos capaces de hacerlo conjugaremos a la vez muchos significados en la trasmisión corporal comunicacional, como mínimo: prohibición de la conducta riesgosa, aceptación de lo ocurrido, calma y serenidad en la comunicación y autoridad, que es la facultad de mandar y hacerse obedecer.

Si falta la autoridad todo el andamiaje emocional se cae y hay un aprendizaje “callado”, que no se expresa formalmente, sino que se supone o sobreentiende y que marcará la relación futura entre el niño y sus padres, entre el niño y la sociedad.

Recalco que no hay que confundir la autoridad con hacer que los niños nos teman para que nos obedezcan puesto que la obediencia temerosa simula subordinación, lo mismo que el miedo a la policía simula honradez.

Cuando inoculamos un miedo excesivo o por el contrario el ejercer la autoridad es un problema para nosotros y le dejamos sin “miedo”, falla la “represión estructurante” y esto tendrá sus consecuencias futuras. Y a lo largo de su desarrollo, en el caso de no tener miedo a nada ni nadie como resultado es posible que entonces no responda a ninguna autoridad sea familiar o institucional o asuma conductas de alto riesgo.

La cosa se complica cuando como padre o educador uno actúa desde el querer anular todo riesgo asumible por el niño, comprometiendo el ejercicio de sus habilidades psicomotrices y la elaboración y afrontación de sus propios miedos. Se nos olvida que muchas veces los límites de nuestros hijos son nuestros propios límites y sus miedos los nuestros.

No quiero decir que esto siempre tenga que ocurrir porque en la vida nada está cerrado o abierto sino que fluctúa entre los límites de las posibilidades y las decisiones que tomamos y nos van encerrando en sus caminos. Pero hay miedos buenos y miedos malos. La ansiedad, por ejemplo, es el miedo a tener miedo y el miedo prolongado en el tiempo se puede transformar en tristeza y depresión. Otras formas patológicas son las fobias, los ataques de pánico, etc.

 Así que tampoco quiero decir que hay que asustar a los niños ni utilizar el miedo al rechazo, la sumisión o la agresividad psicológica ni nada por el estilo sino comprender que el miedo forma parte de la vida y del aprendizaje para vivir en sociedad.

El miedo tiene un sentido y es el de suspender cualquier actividad o deseo para afrontar un peligro por lo tanto no es un agresor externo sino un regulador interno y sin él no seríamos capaces de preveer  cosas que nos pueden hacer daño.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Auto-aprendizaje y Educación Mínimamente Invasiva

"Un verdadero maestro no enseña sino que deja que sus alumnos aprendan". Y en esta frase creo que puedo resumir  mi humilde experiencia como maestro y psicomotricista.

Enlazando con esta idea, hoy os traigo una vídeoconferencia de Sugata Mitra, Profesor en la Universidad de Newcastle, en el Reino Unido.

Él es el promotor del experimento Hole in the Wall o HIW (El Agujero en la Pared por sus siglas en Inglés), con el cual en 1999 colocó una computadora en un quiosco de un barrio bajo en Kaljaki, Nueva Delhi y los niños de los alrededores tenían libre acceso para utilizarlo. 

El experimento procuraba probar que los niños podrían aprender de las computadoras con mucha facilidad sin ningún entrenamiento formal. Sin saber absolutamente nada de ordenadores. 

Sugata lo denominó Minimally Invasive Education (MIE) o Educación Mínimamente Invasiva. Desde entonces el experimento ha sido repetido en muchos lugares, HIW tiene más de 23 quioscos en la India rural. En 2004 el Experimento también fue usado en Camboya. 

El  interés de Mitra incluye la Educación Infantil, la Presencia Remota, los Sistemas de Auto-organización, los Sistemas Cognitivos, la Física y la Conciencia.

Una de sus conclusiones es que la educación es un sistema auto-organizado en el que el aprendizaje es un fenómeno emergente. Con la "Minimally Invasive Education" busca una solución que utiliza el poder de la colaboración y la curiosidad natural de los niños para catalizar el aprendizaje. Se aleja de la enseñanza memorística y unidireccional tradicional de la escuela por los grupos colaborativos auto-organizados que intentan aprender por su cuenta y en base a sus necesidades.

La charla está en TED Talks y en el vídeo se pueden poner subtítulos en español. Tan sólo hay que pulsar en "View subtitles" (abajo en rojo) y se os desplegará un menú donde se puede elegir entre muchos idiomas. No  os lo perdáis


lunes, 15 de noviembre de 2010

Por qué no sirve la educación del todo a nuestros intereses


“Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera”. Albert Einstein

Creo que todos, viendo un poco la sociedad que nos rodea, podemos llegar a la conclusión de que la idea de una buena educación como suficiente para garantizar un mundo mejor peca de enorme ingenuidad. Esa idea o meme que arrastramos desde el siglo XVII de combatir la ignorancia y las tiranías a través de la razón no solo no se ha visto cumplida sino que se ha transformado a favor de los más instruidos, y ha mutado en beneficio de los más cultos y empáticos para manipular a sus semejantes.

Vivimos en una sociedad tan compleja que ha refinado, con métodos científicos y tecnológicos, las formas de utilizar a los otros. Todo este imparable desarrollo de intentar controlar sutilmente a los congéneres sapiens ha surgido desde que la especie comprendió que los otros tienen su propia mente, deseos e intenciones. El desarrollo de la empatía supuso no solo empatizar con los otros sino poder engañarlos y modificarlos según nuestras necesidades.  

En algún momento de nuestra historia la cultura humana se ha adelantado demasiado a la evolución biológica y esta, rodeada de medios tecnológicos y teóricos, se ve obligada a intentar adaptarse  a los actuales deseos del hombre.

En este desajuste se mueven las nuevas enfermedades y trastornos psicosomáticos del ser humano puesto que hemos pasado de manipular brutalmente el medio ecológico-físico a manipular ferozmente el medio social psicológico e interno.

He de deciros que siempre que aparecen momentos políticos (de utilización),  de intentos y reformas educativas recuerdo las sabias palabras del premio nobel de literatura José Saramago cuando decía: "El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir".

En esta sociedad psicologizada y televisada se vierte la modernidad líquida que describe Zygmunt Bauman y en un mundo así no se puede educar como antes porque todo es cambiante y se vive para el bienestar propio. Los momentos son de usar y tirar. Se consumen sensaciones y emociones (¿recordáis el anuncio de una marca de coches que decía: “Te gusta conducir…”?) convirtiéndonos gustosamente en adictos a las experiencias nuevas, a las emociones y a la emocionalidad. La ingeniería de la manipulación ha progresado mucho en el laboratorio y fácilmente a cada instante nos asocian la compra de un objeto con un estado de ánimo, con una felicidad vacua y momentáneamente pasajera. Algo tan sumamente adictivo como una calada a un cigarrillo.

Es en este panorama donde intentamos hacer educación, en un momento en el que más que nunca los niños son tenidos para acomodarse a los planes hedonistas de los padres y no al interés de ofrecer la autonomía como proceso madurativo.

Lo que estamos viviendo es la llegada de la maternidad o paternidad de consumo: donde se consumen revistas para padres con moda para bebés, donde se sigue tal o cual método de estimulación precoz para producir un estilo de niño exitoso y adelantado, donde se elige la guardería de diseño hiper tecnificada y exigimos a los maestros que eduquen a nuestros hijos porque a nosotros ya no nos queda más tiempo que consumir,…

Todavía hoy tendemos a confundir  la educación con instrucción y lo que ello implica muchas veces es que el proceso de socialización se queda en un mero adiestramiento abandonado a su propia suerte. En este caso, a la suerte manipulativa de la nueva sociedad televisiva y de consumo que amplifica y sobredifunde la humillación pública, el miedo y la violencia como entretenimiento. Es una sociedad proyectada en la retina de nuestro egocentrismo en donde en el nombre de la libertad propia se corrompe la libertad de los otros, donde se transmiten modelos de conducta sádicos y donde todo vale por conseguir fama y dinero rápido, los baluartes del éxito actual.

Un gran error en el que hemos caído es en pensar en que se podía educar a los niños al por mayor y sin que las cosas de los adultos les influyesen. Esta peregrina idea escolar proviene de la revolución industrial y buscaba operarios para su maquinaria productiva y no personas que conquistarán la autonomía vital. A este ambiente de integración de los niños en las escuelas se ha sumado el cuidado de estos por las pantallas planas panorámicas que ha supuesto la disolución acuosa de las figuras parentales y de referencia.

La dura realidad es que la escuela no puede ser el sustitutivo de la educación individual. Y la paradoja es que lo individual y lo colectivo son caras en una misma moneda que gira y gira.

A la par de que necesitamos conquistar nuestra individualidad necesitamos de lo grupal para desarrollarnos y cuando estamos en grupos, el contagio emotivo-conductual puede difundir con enorme rapidez formas de actuar totalmente nefastas para la convivencia entre personas. Este tipo de aprendizaje o mero contagio o contaminación es rápido y muchas veces inconsciente.

La principal forma de aprendizaje humano es la imitación. Desde la observación del otro tendemos a copiar todo aquello que los otros hacen o sienten. Y aquí es donde nace la complejidad y la dificultad para tener una sociedad educada en unos valores determinados y más útiles para vivir y pensar  en comunidad pacífica; pues la sociedad no es nuestra, la sociedad es una sociedad darwinista en el sentido de que su evolución es ciega. No va ni a mejor ni a peor sino que los grupos, las ideas, las culturas funcionan en un proceso continuo de nacimiento, adaptación y muerte. Las ideas y las culturas son víricas. Se contagian y mutan. La mayoría de las personas que nacen se adaptan como pueden a las cepas representacionales víricas con las que les tocan coexistir.

Se pueden gastar millones de euros en educación para la ciudadanía, la educación vial o sexual que una idea vírica perjudicial para el individuo o la sociedad puede extenderse tan rápidamente por contagio a través de las redes sociales, personales o virtuales, que todo ese esfuerzo puede quedar muy mermado.  

La conexión entre individuos nos hace más fuertes y ha sido evolutivamente rentable pero la hiperconexión actual creo que nos fragiliza. Es todo tan rápido que no puede moderarse. Somos impactados por tal cantidad abrumadora de información  y que nos influye, que a lo largo del tiempo forzará un cambio en las estructuras cerebrales.

Mientras esto nos ocurre pienso en lo que el filósofo griego Demócrito de Abdera decía: “que todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa”. Y en lo que expone Fernando Savater: “No hay educación si no hay verdad que transmitir, si todo es más o menos verdad, si cada cual tiene su verdad igualmente respetable y no se puede decidir racionalmente entre tanta diversidad”. Estos son los virus nihilistas que pueblan nuestras mentes.

Pero hoy en día entre la coexistencia de tantos virus mentales, entre tal cúmulo de verdades y tipos de vida para elegir o consumir; lo que finalmente llega, debido a las limitaciones del procesamiento cerebral, es la dificultad para tomar decisiones,  la inactividad, las crisis, la depresión, el desarraigo, el pasotismo o el todo vale; y todo esto junto con el imperativo de la publicidad televisiva de ser obligatoriamente libres y felices para decir y hacer, pero a su servicio, lo que finalmente nos provoca el perder  la dirección de nuestras vidas, si alguna vez la hemos tenido, usando lamentablemente una ética minimalista.

La educación es tan sólo un elemento, una carta entre otras cartas de una baraja que modula los programas mentales compartidos, pero que no es inmune a los procesos biológicos y culturales del contagio emocional e ideacional. Con la educación se puede forjar una estructura desde pequeños, pero las ideas buenas y malas de los otros fluirán por dicha estructura para bien o para mal, y al mismo tiempo socavando para enfermar o reparando para sanar. La educación se expone y se enfrenta siempre a lo que hacen los otros por lo tanto es una dialéctica constante de construcción, destrucción y reconstrucción.

Siempre he oído hablar a José Antonio Marina de que educa la tribu pero cuando ampliamos el nivel de enfoque vemos que el mundo es ahora una gran tribu conectada y que esta está sujeta a gran cantidad de variables ocultas y que influyen en el resultado final. Estos procesos orgánicos lo que añaden es mayor indeterminación a la determinación. La educación se ha convertido en una especie de cuarto elemento de la materia, en un elemento plasmático donde lo colectivo presenta efectos curiosos antes no observados.

En definitiva, tenemos delante un nuevo mundo para explorarlo e intentar adaptarnos.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Mentes que crean mentes

“Sin lugar a dudas, es importante desarrollar la mente de los hijos. No obstante el regalo más valioso que se les puede dar, es desarrollarles la conciencia”. John Gay 1685-1732. Poeta y dramaturgo inglés.

Nos construyen las relaciones y no hay dos relaciones iguales. Incluso dentro de las vidas deseadas y fabulosas hay diferencias. Y esas diferencias se crean entre los detalles de lo cotidiano. La verdadera vida importante surge entre lo sutil de los detalles mientras nos empeñamos en sobrevivir a las exigencias sociales.

Hay que hacer tareas. Ahora toca recoger a los niños, después darles de comer, luego llevarlos a la escuela, luego ir al trabajo…  entre prisas agobiadas y veloces tratamos de cubrir el expediente y lo importante es llenar el momento con nuestra atenta existencia frente a los otros.

Cuando la tarea a realizar para superar el día prima sobre la relación de los seres queridos se produce una debacle pues una tarea rutinaria y con prisas no tiene sentimiento. El sentimiento, la sustancia, la comprensión nace de vivir lo que se vive, de la presencia auténtica y con todos los sentidos enfocados hacia las personas que nos hablan, que nos miran, que nos escuchan... y para eso se necesitan segundos eternos no segundos fugaces. Vivir es una cuestión de enfocar la atención con intención y tiempo.

En el detalle de las pequeñas cosas, en la finura de las interpretaciones de las demandas es donde surge la mentalización del niño. Y lo que quiero decir con esto es que en cada encuentro entre adultos y niños estos tienen una oportunidad irrepetible para ir creando conjuntamente una mente que integre aquellas cualidades imprescindibles que forman nuestra educación afectiva: entendimiento, comprensión, propósito, reflexión, humanidad, autoconocimiento, expresión, consciencia, autorregulación, ... 

Nos sorprendemos por la poca enseñanza que hay en la escuela y en la sociedad pero los ciudadanos se crean en base a las mentes que posibilitan el surgimiento de mentes con una buena empatía y claridad emocional y sobre todo con personas enseñadas a reflexionar sobre ellas mismas y los otros.

El problema surge cuando una persona que no tiene estas capacidades tiene un hijo o un aula con niños a su cuidado. No es solo cuestión de recursos económicos o educacionales sino de la arquitectura mental y sensibilidad de los padres y de sus profesores que un niño evolucione de una forma adecuada.

Muchas veces hablamos de niños con problemas de conducta pero no hablamos de las dificultades de progenitores y educadores. Padres, madres, maestros, maestras que en la diversidad de la vida son: ansiosas o ansiosos, ambivalentes, cansadas y cansados, hiperactivos e inatentos, impacientes, incongruentes, rígidos, con creencias y actuaciones paradójicas, con dificultades en la relación,… y que lejos de ser estados pasajeros por el hecho de ser personas pasan a ser estados crónicos inadecuados de manifestarse en relación con el otro.

¿Qué tipo de mentes crean estos tipos de “estares” sobre el mundo? Incidimos demasiado las tintas sobre los niños sin mirarnos a nosotros mismos o al contexto. Pero deberíamos saber que la forma de ser del niño tiene que ver con el reflejo de las vivencias que moldean su mente día a día. Y en concreto de las interacciones diarias con sus seres más cercanos. Y en esos momentos uno no puede estar de pasada. Tiene que vivirlos en conexión perfecta con ese pequeño ser al que se ama, cuida o “enseña”.

Pedimos calidad en las relaciones con los más pequeños pero, ¿y si nuestras mentes no tienen esas capacidades?

A menudo no es cuestión de empeño y deseo de ser lo mejor para nuestros hijos. Pues a pesar de los buenos deseos existen arquitecturas mentales miopes para esto. Se manejan en la superficialidad o en la emocionalidad desbordada, en la falta de "tacto", en la "sordera" de lo que expresa el niño, en la inexpresividad afectiva o en la hiperafectividad superprotectora y asfixiante. Los matices son infinitos.

La mirada educada en el respeto al desarrollo del otro es la única que puede dirigirse entre la infinitud de estímulos hacia los detalles verdaderamente significantes. Se necesita un empeño en centrarse en el momento de forma activa y reflexiva. En definitiva, ser muy consciente de lo que se está haciendo.

Podríamos decir que existe una "inteligencia atencional" o "inteligencia del cuidado maternal". Creo firmemente que la base de la empatía, del apego seguro y de las emociones autocontroladas está en la capacidad de saber desarrollar la mente consciente del niño. En esto es lo que debieran trabajar los progenitores y los maestros. Pero lejos de intentar aplicar actividades escolares, por personas no aptas, que tratan de potenciar estas capacidades meditativas y reflexivas creo que lo fundamental son las formas de ser de los adultos que en la relación del día al día logran por transferencia que la mente del niño se mire a sí mismo y a los demás.

Pienso que necesitamos personas con gran capacidad de escucha y que tratan de entender el deseo del niño, que les dejan tiempo para que resuelvan ellos mismos los problemas, que transpiran seguridad y afecto.

Podríamos decir que la categoría de sujeto la damos nosotros. Reconociéndole, mirándole y tocándole al mismo tiempo y como se haga esto creará enormes diferencias en la manera de ser consciente, sentir y pensar de esa persona en el futuro. Podemos crear de esta forma lenta pero inexorable e interactiva mentes muy distintas: desde ególatras egoístas hasta personas altruistas y caritativas, desde personas que razonan mal hasta personas que razonan muy bien, desde individuos que saben amar hasta los que no pueden fiarse de los otros o de sí mismos…

Volvamos al tema del proceso atencional-perceptivo consciente e inconsciente. ¿Qué capacidad tengo yo de focalizar mi atención-percepción preconsciente en los estímulos sociales-comunicacionales del niño?

O hagámonos estás preguntas: ¿qué capacidad de conexión tengo con el niño? ¿Cómo es esa conexión? ¿Durante cuánto tiempo conecto? ¿Qué calidad? ¿Es una autopista o un caminito difícil y lleno de obstáculos?
¿Qué serían los y las cuidadoras "suficientemente buenas"? Para mí la respuesta, entre otras muchas cosas, es aquellas que descubren con rapidez que es lo que siente el niño y se ajustan a lo que el niño puede entender y aceptar. Aquellas que dan un espejo empático y de registro de las emociones muy pulido y cristalino, dónde cada emoción sentida corresponde exactamente con el registro facial y corporal adecuado.

Si tenemos estos tipos de personas serenas y "presentes" al cuidado de los niños, los niños pueden aprender a leer y leerse correctamente. Y ellos, nuestros hijos, fundamentarían el conocimiento de los otros y de sí mismos con el mejor modelo posible. El niño, así atendido y acompañado, entonces se encontraría seguro porque la cuidadora o el cuidador son atentos, predecibles y coherentes en sus gestos conscientes o inconscientes.

Creo que aquí está el quid del apego seguro y del desarrollo óptimo de los bebes y niños. No podemos tener a personas que confundan emocionalmente a los niños porque están en el momento crítico y vulnerable de establecer la confianza en el mundo y el cuerpo físico vivido que están vivenciando con nosotros es el soporte que graba y articula la vida que tienen y tendrán.

Si queremos la excelencia en el cuidado infantil quizás en las escuelas de magisterio, de técnico infantil y en las escuelas de padres se debieran realizar entrevistas y pruebas psicológicas para ver la idoneidad de las personalidades y actitudes que tanto impacto pueden tener sobre los niños y bebes. 

lunes, 31 de mayo de 2010

El cazo de Lorenzo

"En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente". Khalil Gibran (1883-1931) Ensayista, novelista y poeta libanés.

Hay obras que son extraordinarias, con una sencillez y una franqueza que nos llegan al alma. Y este es el caso del cuento de Isabelle Carrier:

El cazo de Lorenzo, que pública la Editorial Juventud y que en mi opinión tenéis que ir corriendo a comprarlo. Es una narración y unas ilustraciones que deberían estar en todos los colegios y gabinetes. En su reseña pone que es a partir de los 6 años pero les falta añadir que también es para maestras, maestros y terapeutas y que todos arrastramos cazos, ollas y sartenes. Aunque muchos no se han dado cuenta, algunos los esconden en sus bolsillos y otros en cambio, los exhiben con orgullo.

Viene recomendado por FEAPS (Confederación Española de Organizaciones en favor de las Personas con Discapacidad Intelectual).

Os dejo el vídeo pero no olvidéis comprarlo, son los 13 euros mejor invertidos que he visto.


viernes, 7 de mayo de 2010

Los espacios de construcción personal y las personas de relación y contención

“¿Qué es un adulto? Un niño inflado por la edad”. Simone de Beauvoir (1908-1986). Novelista e intelectual francesa.

Muchas personas están rodeadas de gente en la mayor soledad. Otras muchas más están rodeadas de personas, entre su calor y su frío, pero internamente abandonadas en sus necesidades más básicas de relación. Todos continúan con sus deberes y obligaciones: sus trabajos, los niños, el colegio, la familia, los amigos, etc. 

Otras personas no disponen de esas cosas pero están internadas en instituciones por problemas de salud, de ancianidad o porque nadie las quiere o no pueden ocuparse de ellas.

Y junto a la necesidad de que alguien se ocupe, muchas personas a su lado vienen y van, entran y salen, entre el ajetreo y lo que hay que hacer para cuidarles.

Personas entre personas,  pero hay algo que no termina de funcionar. Ellos lo intuyen o lo saben pero siguen con la inercia cansina donde nadie les escucha. Es curioso que cuanto más grandes son las ciudades y más habitantes tienen, o cuando más grandes son las instituciones, más anónimas y olvidadas son nuestras vidas.

En la sociedad garantista de los cuidados socio-sanitarios y educativos el acompañamiento afectivo es precario, no hay tiempo, no hay presupuesto, hay cosas más importantes y urgentes, no hay…

Lo que no hay es compañía y el acompañamiento debería ser la intervención con mayor peso en cualquier institución de ayuda o educativa. Para humanizar tiene que darse un verdadero diálogo entre acompañante y acompañado, se necesita un yo y un otro a quien uno le importe. 

Una persona en definitiva que haga de espejo del placer. Pues para aceptarse a uno mismo en su desdicha o situación tiene que haber una persona que primero te acepte. Que se detenga sin prisas a hablar o no hablar, pero sí a estar con un buen diálogo tónico que te llene con su presencia.

Hay personas que acompañan mejor que nadie sin abrir la boca y otras en cambio sólo hablan desde el vacío sin un acercamiento sentido. Menos mal que nos solemos encontrar con seres en que cada palabra o silencio es una caricia que insuflan las ganas de vivir y luchar.

Sigamos con el trabajo. Si lo que prima es sacar el trabajo adelante. Si la carga de trabajo de los cuidadores o asistentes es alta, lo que ocurre es que se deshumaniza a las personas. Y es porque las tareas se priorizan por delante de las necesarias relaciones interpersonales.

Hay preguntas que no tienen que ver con objetivos ni metas ni terapias, pero que son mucho más importantes, por ejemplo: ¿Quién mira lo que yo miro? ¿Quién se para para esperarme? ¿Quién me acompaña? ¿Quién me contiene cuando yo no puedo? ¿Quién me mira reposadamente a los ojos y lo dice todo? ¿Quién tiene el tiempo para decirme lo que le importa, lo que le frustra, lo que le gusta, sus planes, lo que nos une o desune?

Se nos olvida que somos una especie social, que hay algo en todos nosotros que busca el acogimiento, la aceptación, un sentimiento profundo de compartir el bienestar y la vida que nos sucede,…

Son sensaciones, emociones propias de holding (sostener emocionalmente de forma adecuada), halding (manipulación corporal) y creación de un espacio intersujetos que suelen estar en la infancia, pero que no dejan de ser necesarios cuando somos adultos o ancianos.

Se hace muy patente en la formación personal de los psicomotricistas que cada uno responde desde lo que fue de niño. La adultez no es más que una capa de pintura que pinta sobre el niño que somos, al niño que vivió y sintió construyendo un sentido a la vida.

Se nos olvida que la calidad humana no está en los discursos, sino que nace de la calidad de la relación.  Si no hay relación ajustada y escuchada, se enferma y hasta se puede caer en la enfermedad mental. ¿Cuántas personas van del trabajo a casa sin ilusión ni ilusiones? ¿Sin un lugar donde decirse? ¿Cuántas personas viven en la ausencia de un espacio con el otro para reflejarse? Para existir con el placer de ser reconocido y tenido en cuenta. En lo grande y en lo pequeño. ¡Qué pena que muchos no hacen hincapié en los maravillosos detalles que hacen la diferencia al tratar a las personas! 

Viven en soledad, pero no en la soledad necesaria para construirse en la reflexión sino en la soledad no habitada, no querida ni entendida que destruye la confianza en la sociedad, en los demás y en sí mismos.

La pérdida y la falta se instauran desde que nacemos y se convierten en la razón de una búsqueda hacia esa especial relación fusional que de pequeños teníamos con nuestras figuras de apego. Ellos nos entendían y nos daban todo lo que necesitábamos. Por eso, como  Simone de Beauvoir, pienso que los adultos no somos más que niños hinchados y que seguimos necesitando de los otros para encontrar sentido a la vida. Pero no nos sirve cualquier tipo de relación, sino que necesitamos relaciones privilegiadas. Incluso figuras de autoridad que nos contengan. Cuando veremos que somos seres sociales y que los otros también nos construyen o nos destruyen. 

En tu lugar de trabajo, en tu casa, en tu función de padre o madre, en tu función de hijo, hermano o ciudadano. Si llegas a ser consciente de tu cualidad humana, tú eliges: ser humanizante o deshumanizante.

Y me dirán: ¿Y qué tiene que ver esto con la psicomotricidad? Pues que un psicomotricista  es especialista en ver este tipo de carencias humanas, y en dar soporte a estas necesidades básicas. Los psicomotricistas  saben  establecer la función materna y paterna, pero sin ser padre ni madre, pero es que creo que existe una crisis en la que pocos ejercen estas funciones tan solidarias y humanas con los más debiles.

No es cuestión de ser padre ni madre de nadie, sino de cuidar las relaciones humanas. Todos los individuos nos influimos los unos a los otros, por eso es necesario tener una actitud y presencia educada y atenta,  sobre todo en las instituciones socio-sanitarias y educativas que son las que más necesitan de estas funciones y formas de actuar.

martes, 4 de mayo de 2010

Todo lo que quiso saber sobre el apego y nunca le contaron

“Muchas maravillas hay en el universo; pero la obra maestra de la creación es el corazón materno”. Ernest Bersot, filósofo francés.

Me parece una preciosa cita para empezar está entrada del blog. Está vez os traigo la recomendación de un libro que acaba de salir a la venta. Es de la Editorial Gedisa que tiene una colección sobre la resilencia y en la que he podido leer los libros del neuropsiquiatra y etólogo francés Boris Cyrulnik.

Esta vez la novedad de Gedisa trata sobre el trabajo y los pensamientos del neuropsiquiatra Jorge Barudy y de la psicoterapeuta Maryorie Dantagnan. Se titula “Los desafíos invisibles de ser madre o padre”.

En sus páginas los autores explican con un lenguaje claro y sencillo los distintos tipos de apego tanto en los niños como en los padres, relacionando el apego con el desarrollo de la empatía, las habilidades e incompetencias parentales y la resilencia. La intención de los escritores es la de proporcionar una herramienta para evaluar las competencias  de los padres, las madres y cuidadores con el objetivo de ofrecer el mejor medio de vida y de relación a los niños y niñas. Desde el principio nos dejan claro que quieren diseñar programas para promover, apoyar y rehabilitar las competencias parentales.

Los autores siguen los pasos teóricos del profesor en psiquiatría Daniel J. Siegel quien estudia las interacciones familiares y como las experiencias de apego influyen en las emociones, la regulación conductual, la memoria autobiográfica y los procesos narrativos. 

Si estáis interesados en saber más sobre las ideas de Siegel tenéis publicado su libro, “La mente en desarrollo. Cómo interactúan las relaciones y el cerebro para modelar nuestro ser”, en mi editorial favorita: Descleé de Brouwer.

Otros autores que desfilan por el texto de Barudy-Dantagnan son: Cyrulnik, Main, Fonagy, Bowlby, Winnicott, Erikson, Ainsworth, Acarín, Goleman, Kandel, Watzlawick, Damasio, etc.

Jorge y Mayorie nos explican que tras la decisión de ser padres no está sólo el serlo sino el tener la capacidad de serlo. Y que para romper la transmisión de padres a hijos de formas de maltrato infantil es necesario intervenir para adquirir las competencias necesarias. Aquí hago un inciso: maltrato infantil no es sólo el físico sino también el psicológico y el problema es que cada persona interpreta lo que es o no maltrato de forma arbitraria. Para mí maltrato sería cuando no somos capaces de respetar, leer y responder como padres adecuadamente al niño. Y en esto hay formas muy sutiles que muchas veces pasamos por alto en nosotros y en los demás.

Con pinceladas de neurobiología, de forma accesible, nos dicen que si nuestras reacciones emocionales no son adecuadas a las reacciones emocionales de los niños, las comprensiones que tendrán sobre sus sentimientos y sobre los de los demás no serán realistas ni buenas, condicionando sus relaciones futuras e impidiendo el acceso a una mente que pueda responder posteriormente con buen ajuste a la maternidad o paternidad. Es así que podemos entrar en un círculo vicioso de transmisión entre padres e hijos de estilos relacionales parentales incorrectos.

Lo que se nos dice sin ambages es que mayormente sobre la gestación y los tres primeros años de vida la mente infantil surge de las experiencias relacionales con sus padres y cuidadores. Son multitud de detalles: las expresiones faciales de la madre, los estímulos sonoros, la voz dulce, las contestaciones, los buenos tratos, la actitud, el cariño y el amor coherente y responsable son los que modulan día a día las vinculaciones y las emociones de los niños.

Y claro, ahora viene la gran pregunta: ¿Dónde y cómo se aprende a ser padre? La respuesta es que dependemos de las familias donde cada uno hemos crecido y vivido y esto marca mucho que uno tenga un buen hacer o que no haya aprendido o que lo que haya interiorizado sea unas formas incorrectas de relacionarse con los hijos y trágicamente no sea consciente de ello. Es como si pusiéramos en marcha un programa grabado y automático, por eso es importante evaluar y ayudar a rehabilitar las relaciones.

No se puede resumir todo lo que aparece en esta obra y que considero de gran ayuda para los profesionales de la infancia. Tan sólo se puede dar las gracias a los autores por escribirla y les invito a todos a leerla con detenimiento y reflexión. Sobre todo a los padres, maestros, cuidadores, educadores y terapeutas.

Finalmente tengo también una pequeña crítica hacia la editorial puesto que no me ha gustado nada la venta electrónica de las fichas de trabajo que obliga a instalar el  Adobe Digital Editions. Viendo las limitaciones, el engorro informático y el proceso de compra, personalmente prefiero el tradicional formato en papel.

lunes, 5 de abril de 2010

Relaciones afectivas disfuncionales y patológicas en un aula infantil

“En tu relación con cualquier persona, pierdes mucho si no te tomas el tiempo necesario para comprenderla”. Rob Goldston

En todo contexto donde haya personas hay reacciones emocionales y  se establecen relaciones de todo tipo. El aula de infantil no es más que otro de los rincones donde entran en juego las emociones y las relaciones. En este caso, todavía más importantes ya que inciden poderosamente en los niños. Recordemos que ya Winnicott dijo que el niño solo no existe sino que en él siempre está el otro.

En los inicios de su vida, los bebes y los niños, necesitan de una seguridad afectiva, de una figura a la cual apegarse… Y cuando llegan al aula, en esa aula, sólo tienen a sus cuidadores para satisfacer sus necesidades profundamente afectivas.

Cada niño/a  presenta distintas capacidades y estilos de apego. Y desde esta particular forma de ser y existir de los niños, resulta que los adultos en sinergia respondemos activando nuestros propios sistemas afectivos y defensas psicológicas.

Esto que es automático, y para muchos poco perceptible, alimenta las dinámicas personales y grupales que surgen espontáneamente y que son de lo más variopintas en cada centro escolar.

Si uno dispone de tiempo y puede mirar a lo largo del curso, intramuros; ve dinámicas positivas y negativas para el desarrollo de los niños.

Ya que me parece más importante como es la personalidad y la estructura afectiva de los adultos en relación con los niños voy a hablar incidiendo sobre los cuidadores. Puesto que el niño se desarrolla gracias a las vivencias que estos le permiten ir teniendo.

Todos tenemos nuestra propia historia de relación y construcción psíquica, y por consiguiente, nuestras deficiencias, vacíos, fallos y virtudes. Pero por ejemplo, imaginemos que una persona adulta que se ha desarrollado integrando determinadas formas de relación más o menos “normales”, el concepto de normalidad es difícil de establecer, y a las que ha sumado determinadas creencias por el mismo hecho de vivir experiencias propias y subjetivas.

Es probable entonces que desarrolle ciertas preferencias por determinados niños a su cargo. Lo que dispare su simpatía puede ser desde un rasgo físico o ver determinadas cualidades de inteligencia, valía, aptitud, fuerza, etc. hasta todo lo contrario y verse empujada o empujado a proteger una debilidad o fragilidad percibida y que le mueve profundamente.

Tanto si se acerca a ese ideal de niño o niña que figura en su mente como si se siente identificada con él por sus rasgos. Es posible que sin quererlo o queriendo despliegue comportamientos que favorezcan a ese niño respecto a sus compañeros. Preferencias que los otros niños percibirán y que otorgarán, ahora ya entre todos, un “status afectivo” más elevado.

Si por el contrario, el niño le provoca una afectividad negativa por diversos motivos: alta reactividad, lloros continuos del niño, falta de capacidades de atención o relación, timidez, hiperactividad, inestabilidad emocional, enfermedades o cualquier otra cosa que se nos ocurra. Pues es probable que inconsciente o conscientemente se retire parte de la atención de ese niño a favor de otros.

Consecuentemente el valor afectivo de ese niño bajará para todos en el aula. Seguramente ese menor valor provocará que sea objeto de más agresiones y menos interrelaciones. Se convertirá en ese niño al que siempre pegan, le faltan las pinturas, le quitan los juguetes, no acaba las tareas y a todos los adultos les da lástima y no se explican el por qué.

El recurso afectivo es el motor de los seres humanos y cuando se establecen diferencias se establecen jerarquías. En poco tiempo veremos las alianzas entre los propios niños, y entre los niños favorecidos por la persona adulta y esta.

Dentro de estos procesos dinámicos se producen otros subprocesos interesantes como una especie de “enamoramiento” del niño más atendido hacia su profesora. Esta criatura se esfuerza por traer contenta al objeto de su amor, quiere agradecerle sus dedicaciones y atenciones y a su vez este comportamiento tan atento refuerza la creencia de la maestra de lo especial que es ese niño.

El círculo se cierra entre ellos creando un clima de aula que en nada beneficia a los niños. Al niño protagonista porque es investido de una afectividad que no le corresponde y a los otros porque son testigos sufrientes de esa relación privilegiada y asimétrica.

El grado patológico de esta situación aumentará en proporción al nivel de exclusividad, celos, agresividad y condiciones de la relación instaurada. Habrá niños que agredirán a otros por amor, por celos, por mandar, por parecerse al adulto y tener su cariño y respeto. Otros simplemente se defenderán o competirán por el cariño adulto.

Y gestionar esto cuando llega a este punto es difícil. Muchas veces, el adulto recrimina a su niño preferido las actitudes agresivas pero no lo hace desde cierta neutralidad o consistencia, por lo que la mente del pequeño queda confundida, escindida y perpleja. Sus actos son prohibidos y permitidos al mismo tiempo. Pues le manda un mensaje verbal claro pero su gestualidad refleja su preferencia hacia él, por lo que dice lo contrario.  Y el contexto no es el familiar, ya hablaremos en otra entrada sobre las familias disfuncionales y patológicas, sino el escolar con cantidad de niños observando la situación.

Además pasado el pequeño enfado y disgusto se restablece pronto la “luna de miel” entre los dos, con sus pequeños privilegios e indultos, hecho advertido por todos los chiquillos.

Es muy complicado, si no hay un observador externo y cuidadoso que pueda ver estas dinámicas que ocurren en las intimidades de una clase a puerta cerrada,  el poder hacer reflexionar al cuidador de esos niños sobre lo que está ocurriendo. Muchas veces todo esto ocurre de una forma muy sutil. Se materializa en detalles y circunstancias en una aparente normalidad.

Podríamos hablar de una especie de curriculum oculto psicológico, pero esta vez no en educación primaria o secundaria sino en la escuela infantil y en donde el código afectivo, el más presente en infantil, es el que provoca más desigualdades y desequilibrios expresivos. En este momento tan delicado e influenciable podemos establecer en los niños patrones de relación que pueden no ser adecuados.

Las consecuencias… impredecibles pues son dependientes de la intensidad y duración de las situaciones, de la capacidad de reparación de la maestra o maestro, de las atenciones que tienen luego los niños en sus casas, de la resilencia de los niños y del grado de desajuste al que se ha llegado. Lo que para mí está claro es que es posible acabar trastocando la importante seguridad y claridad afectiva sobre la que se funda la personalidad sana del individuo.

El problema es que normalmente el educador suele estar todo un curso escolar con ese grupo. Y cuando hay visitas al aula, el saberse observado cambia la forma de comportarse naturalmente de ese profesor o profesora. Es difícil detectar estás cosas en su gran complejidad por más que algunas maestras se dan cuenta de que sus compañeras o compañeros tienen su niño preferido.

Lamentablemente en la mayoría de los casos se queda en eso sin ir más allá. No hay luego una reflexión profunda sobre como reconducir la situación o incluso si fuese necesario por la gravedad de los hechos cambiar de aula al niño o a la profesora o profesor. Aquí ya entramos en las dificultades adultas, en cómo se le dice a esta persona sin herirla lo que puede estar ocurriendo. Es por ello que nos falta esa cultura de pensar sobre lo que nos dice el otro sin alzar nuestras defensas o atacar, y en estas profesiones es sumamente importante la reflexión continua sobre nosotros mismos.

Es por esto que pienso que queda un largo recorrido en la formación que brindan las universidades a los educadores para saber mirarse a uno mismo, aumentar la capacidad de observación y escucha, y aceptar la supervisión de personas entrenadas en lo relacional para así poder ver los puntos ciegos que cada uno tiene en el ejercicio de su profesión.

Esta formación especial de la que hablo es primordial en educación infantil. Pues en estos momentos evolutivos tan críticos afectivamente no se ha de trabajar todavía para enseñar lecto-escritura o “guardar” niños sino para salvaguardar el desarrollo saludable físico y mental de todos ellos. En definitiva, obrar para afianzar las bases seguras y el equilibrio emocional.

jueves, 1 de abril de 2010

El sentido de lo que hacemos

“Hay que darle un sentido a la vida, por el hecho mismo de que carece de sentido”. Henry Miller (1891-1980) Escritor estadounidense.

Todo empieza antes de empezar. Lo biológico se gesta entre el deseo de una, dos o más personas y desde  allí nacen y crecen los seres que acuden a nuestras escuelas, salas de psicomotricidad o gabinetes de psicología.

Pero cada ser nace desde el sentido que le quisieron dar aquellas mentes y cuerpos que los crearon. Los niños, nuestros niños, pueden entonces tener sentido o no. Ser deseados o no. Instrumentalizados o no. Y en el mejor de los casos, entre los deseados hay tantas formas de ser deseado…

¿Por qué tener un hijo? ¿Hay alguien que pueda responder sin intentar reparar el pasado en el presente? ¿Hay alguien que realmente sepa el sentido de lo que hace? Supongo que sí, en parte.

 Las relaciones humanas son tan complicadas, tan ocultas y profundas para la explicación, que muchas veces están cerradas a nuestra consciencia y razón. Lo vital empuja con fuerza, la piel pesa y pide con insistencia, los demás nos influyen digan o no digan y a veces basta con observar o estar en el entorno para ver que nos encamina hacia una dirección,…

Queremos ser como los otros, pues esto nos da un halo de normalidad, así que lo que tienen los otros a veces nos sirve de guía para establecer nuestras metas o nuestros errores.

Pero dentro de esta normalidad hay decisiones terribles dentro de una lógica perversa. Un lógica que para nosotros tiene sentido y que es una solución de compromiso entre todo lo que nos influye. De todo lo que nos pasa y tratamos de digerir con nuestros limitados recursos.

Por ejemplo, hay personas que no quieren tener hijos pero que los tienen. Quizás no se dan cuenta que el sentido de sus actos marcará el futuro de esos actos. En esta vida nos falta sentido y nos sobra biología.

¿Podemos explicarnos con sinceridad un sentimiento? Esto es importante ya que según como interpreten esa decisión tomada de tener un hijo, echarán las primeras cartas del desarrollo de su niño.

Algunas mentes piensan que lo hacen por amor a su pareja y entonces dialogan con su mente en vez de con la otra mente interesada, su pareja. Su voz interna dice: “Es lo que él desea y yo lo quiero a él. Me sacrificaré por amor”. Y viven de su realidad amorosa.

Otras personas no quieren niños pero tampoco quieren perder la posibilidad de ser madres o padres. Es por eso que esperan hasta el último momento y después los tienen o no… “¡Alá! ¡Venga me animo y adelante!”.

Tener un niño no es sólo gestarlo y criarlo. Es mucho más que eso, es una relación de por vida y que nos transforma. Ya nunca vuelve a ser igual que antes. Hay que tener la capacidad de contener y sostener al niño, de soportar sus estados de agitación, la angustia, la ansiedad cuando llora, cuando pide, cuando hay que calmarle. De interpretar en positivo sus demandas y ajustar el tono muscular para entrar en relación. Y esto asusta.

Me encuentro con muchas mujeres que llegan a los 34 años, y se hacen preguntas, se ven enfrentadas entre su estilo de vida, cómodo, consumista e independiente con lo que ellas llaman la última oportunidad de ser madres.  Hasta aquí bien, es algo que como sociedad hemos alentado en base a la libertad de llevar un tipo de vida u otro.

Pero las cosas no son tan sencillas, cuando uno llega a la encrucijada de caminos ha de elegir, tomar una decisión y aceptar las consecuencias. Y aquí es donde llega el problema. No sabemos aceptar el destino del camino. En una sociedad donde estamos acostumbrados a que casi todo lo podemos tener o comprar, más o menos según nuestras posibilidades, no se toleran bien las renuncias.

No sabemos perder oportunidades, lo confundimos con perder la libertad. Y la libertad no está en poder tener multitud de opciones para elegir sobre las cosas externas sino en el poder obrar o no obrar conforme a nuestra inteligencia y razón.

Tenemos coches, casas, estudios, vacaciones en el extranjero, miles de productos pero no podemos decir que hayamos adelantado mucho en lo básico. Albert Einstein decía que la palabra progreso no tenía ningún sentido mientras hubiese niños infelices.

Es una sociedad que infla tanto el Yo egoísta que resulta muy difícil ponerse en el lugar del otro. Los niños se incorporan a nuestra vida y nosotros no nos incorporamos a la suya. Es por ello que algunos nacen sin nacer.  Son una solución de compromiso entre las exigencias biológicas de la edad, de la pareja, de la familia de él o de ella, de la sociedad, de lo normal, de lo que toca, de probar a ver si lo quiero,…

Quererlo, pero bien quererlo. He aquí la gran diferencia. El sentido de nuestro deseo. Puesto que unos sentidos y unos deseos son mejores que otros.

Algunos intentan recrear las vivencias que vivieron en la infancia, otros todo lo contrario. El placer o displacer que vivenciaron de pequeños está mediando ahora en sus deseos. Fíjense entonces en la importancia futura de nuestros actos y como se repiten algunas historias de amor cortado, amputado o cercenado. En la necesidad de ser amados, en la falta nunca satisfecha, algunos pretenden atrapar a su pareja para que les quiera y el niño es sólo su instrumento. ¿Cuántos han tenido un hijo para ver si se salvaba la pareja?

¿Cuál es la fantasía que nutre nuestros deseos? ¿Somos capaces de dar nuestro esfuerzo y tiempo a la necesidad del pequeño? ¿Somos capaces de amar?

Difícil pregunta esta última. Algunos dirán que hay tantas formas de amar como personas hay en el mundo. Y es por esto que tenemos el mundo que tenemos.

No, con amar no basta, es muy genérico. Hay amores que matan, hay amores que odian, hay amores inconstantes: amores fugaces, amores ambivalentes, amores incomprensibles,…

…pero también hay amores tiernos, hay amores desinteresados, amores que son amores…

Bueno, juzguen ustedes si lo que hacen es por un deseo real compartido de amor y además hay una capacidad de sostener corporal y afectivamente a ese bebe que quieren traer a este mundo. No lo hagan sólo por ustedes, o sólo por los otros. Háganlo por todos nosotros (ustedes, los otros y el niño).